Un año en la vida de los tilos de la Estación – episodio 3: El fin de la espera

TEMPORADA 1. “UN AÑO EN LA VIDA DE…: LOS TILOS DE LA ESTACIÓN”

CAPÍTULO 3. EL FIN DE LA ESPERA

Yemas en distintas fases del desarrollo foliar

Yemas en distintas fases del desarrollo foliar

¡Por fin llegó el día! Hemos tenido que esperar hasta la primera semana de abril para ver a nuestros tilos desperazarse y abandonar el reposo invernal. Llevábamos varios días viendo cómo muchos árboles del entorno de la Estación se iban tiñendo de un tenue verde e incluso algunos de ellos ya mostraban sus hojas completamente desarrolladas. Sin embargo, los tilos de la Estación parecían alardear de una sorprendente pereza.

Nada más lejos de la realidad.

Las yemas, las únicas partes no leñosas que están en contacto con las condiciones externas durante los meses fríos, estaban contabilizando las horas diarias de oscuridad, o lo que es lo mismo, estaban midiendo “en negativo” las horas de luz diarias en busca de un tiempo exacto de luz por día, el necesario para que una hoja de tilo, con sus distintas concentraciones de pigmentos fotosintéticos, principalmente clorofila, y con su limbo acorazonado, una vez que se abra a los cielos no tenga un arranque en falso y no consiga fotosintetizar la cantidad de azúcares necesaria para poner en marcha a todo el árbol, lo cual, de suceder, sería un gran problema.

Y es que no hay una segunda oportunidad para una primera impresión.

Ese momento exacto de puesta en marcha fue el 4 de abril, de repente las yemas captaron lo que andaban buscando, ese tiempo de horas de luz, y ordenaron zafarrancho segregando un torrente de hormonas vegetales (auxinas, giberelinas, citoquininas…) que se dispersaron por todo el cuerpo del árbol a través de los conductos construidos durante las últimas semanas del invierno (ver capítulo anterior), esas hormonas llevaban una orden clara y concisa: ¡Creced y multiplicaos! Pero… ¿a quién iba dirigida?

Esta orden era para unos acúmulos de células, llamados meristemos, alojados en el interior de las propias yemas y con un potencial de multiplicación celular semejante al de las células tumorales, con la salvedad de que, a diferencia de las células cancerígenas, este ejército celular está dirigido con orden y buen tino precisamente por esta colección de hormonas que se acaban de liberar.

En el momento que los meristemos reciben la señal hormonal comienzan a hacer su trabajo, dividirse a un ritmo frenético pero ordenado hasta formar una especie de botón minúsculo, la futura hoja, el primordio foliar.

Acto seguido este botón comienza a ensancharse hasta alcanzar un ancho programado genéticamente, de cuyo centro emerge una larga protuberancia que originará el rabito de la hoja (pedúnculo) y el eje de la misma. Ya tenemos la conexión de la futura hoja con el árbol así como su longitud inicial, es el momento de que comiencen a trabajar las células de ambos lados de esa protuberancia, las arquitectas de la hoja.

Estas células serán las responsables de orientar sus divisiones celulares, regular el número de multiplicaciones y controlar el alargamiento celular de cada nueva célula, de modo que vayan dando forma al limbo de la hoja, que como ya sabemos de anteriores capítulos es acorazonado. Cuando culminen su trabajo tendremos una mini hoja de tilo, un minicorazón de borde aserrado que posteriores divisiones celulares aún rápidas pero ya no frenéticas ampliarán, como si de un zoom de nuestras cámaras se tratara, hasta llegar al tamaño definitivo de la hoja de esta especie.

Tilos de la Estación con hojas y tilo a pocos metros al noroeste aún sin hojas. La importancia de las microcondiciones ambientales.

Tilos de la Estación con hojas y tilo a pocos metros al noroeste aún sin hojas. La importancia de las microcondiciones ambientales.

Desde el momento en el que asoma de la yema un tejido verde aún irreconocible, comienza a funcionar la fotosíntesis, es decir, el árbol transforma el dióxido de carbono de la atmósfera y el agua de la tierra en azúcares gracias a una reacción química que desprende como residuo el oxígeno que respiramos y que tiene lugar en el interior de los cloroplastos, esa máquina de energía solar instalada en cada célula de la hoja. Esos azúcares van nutriendo al árbol dándole cada vez más vigor que retroalimenta a la propia hoja facilitando el desarrollo de la misma, desarrollo que posibilita, a la vez, la producción de más azúcares que vuelven a revertir en el desarrollo foliar formando, como vemos, un círculo vicioso que multiplicado por miles de hojas colma de vida al árbol que, a su vez, llenará de vida y verdor nuestros pueblos, nuestras ciudades y nuestros bellos espacios naturales.

Esto es todo por hoy, regalad vuestros ojos con el verde más puro y llenad los pulmones de oxígeno nuevo, porque ya es primavera.
¡Hasta el próximo capítulo!


Capitulo 1: Corazones alados

Capitulo 2: la procesión va por dentro

 

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