Un año en la vida de los tilos de la Estación – episodio 5: A media luz

TEMPORADA 1. “UN AÑO EN LA VIDA DE…: LOS TILOS DE LA ESTACIÓN”

CAPÍTULO 5. A MEDIA LUZ

Hoy es 22 de septiembre, el penúltimo día de este verano del 2018 que ya toca a su fin. Ha sido un verano frenético, de mucha actividad y mucho trabajo en La Estación de Naturea Cantabria. Nuestros vecinos y protagonistas de esta serie, los tilos, tampoco han parado un segundo y se han pasado la primera mitad del verano produciendo flores como locos que luego, gracias a los insectos polinizadores, se iban convirtiendo en bolitas colgantes de la emblemática ala de estos árboles.

Frutos pendiendo de un ala

Frutos pendiendo de un ala

Poco a poco estos frutos iban tornando del verde inicial a un color más amarillento para después descolgarse, con ala incluida, hasta el suelo. Una vez allí, en el suelo, pudimos ver en las tardes ventosas de verano cómo los minúsculos frutos eran arrastrados por las alas que se entregaban al viento y quizás esa sea la función de esta curiosa parte del árbol, dispersar los frutos con sus semillas en busca de ese lugar óptimo y lejano del árbol madre en el que echar raíces e iniciar una nueva y larga vida.

Y en estos menesteres se nos fue el verano, puesto que ya desde hace unos días el sol calienta con menos intensidad y durante menos tiempo, su luz ha perdido ya bastante fuerza y lo notamos, pero sobre todo lo empiezan a notar nuestros tilos.

Hace unos meses, al inicio de la primavera, hablamos de esa “reacción de la vida” que es la fotosíntesis, una reacción química casi mágica que consigue fabricar azúcares, la comida de la propia planta, con ingredientes tan básicos como CO2, agua y luz. La protagonista de este pequeño gran milagro es la clorofila, una molécula con forma de sortija rematada por un único átomo de magnesio que se encargará de captar el CO2 de la atmósfera con el que se cocinarán esos azúcares. El resto de átomos que componen este anillo están unidos por dobles enlaces, uniones endebles ávidas de energía que las refuerce, esos dobles enlaces absorberán encantados, por tanto, la energía de la luz que penetra en las hojas. Una vez “domesticada” y ordenada, esa energía lumínica será canalizada para actuar como el “pegamento” que una las distintas partes que componen una molécula de azúcar.

El amarillo comienza a sumarse al verde

Por cierto, nuestra sangre es roja por la presencia masiva de la hemoglobina, una molécula prácticamente idéntica a la clorofila que en vez de estar rematada por un átomo de magnesio está presidida por un átomo de hierro, que será el encargado de captar el oxígeno que respiramos. Como veis, a veces pequeños y sutiles matices, cambios tan ínfimos como el tamaño de un átomo lo cambian todo.

Pero no nos desviemos del tema, decíamos que la luz del sol está perdiendo bastante fuerza en estas postrimerías del verano y que nuestros tilos se habían dado cuenta de ello. Lo sabemos porque desde hace un par de semanas el verde de las copas está dando paso al ocre de las hojas que se empiezan a arrugar para después caer al mismo suelo al que antes cayeron los frutos. Resulta que cuando la luz entra debilitada a las hojas, el anillo de la clorofila no sabe muy bien qué hacer con ella, además su estructura ha sido alterada por el propio árbol que ha empezado a reabsorber sus componentes para que no se pierdan cuando la hoja caiga al suelo. Esta clorofila alterada y despistada absorbe la luz débil como puede y descarga su energía sobre átomos de oxígeno fabricando peligrosos radicales que pueden dañar el árbol. Cuando empieza a ocurrir esto el árbol se protege degradando a la clorofila como si se tratara de un soldado díscolo, para ello lo que hace es cortar ese anillo en pequeñas hileras de átomos que conocemos como carotenoides, unos pigmentos que en vez de reflejar el verde como la clorofila reflejan los tonos amarillos y ocres y que están especializados en lidiar con la luz otoñal absorbiendo su energía de un modo óptimo y aún aprovechable por el árbol. Por eso cuando vemos los árboles amarillear estamos contemplando el breve reinado de los carotenoides en las copas.

Las hojas de tilo, uno de los mejores fertilizantes

En las próximas semanas el verano se irá apagando más y más hasta convertirse en un recuerdo añorado, para entonces la luz será tan débil que ni siquiera estos carotenoides podrán aprovecharla, en ese momento nuestros tilos reabsorberán el máximo de aminoácidos y azúcares que queden en la hoja otoñal para no perderlos y la hoja se desprenderá. Antes de que la hoja se separe del todo de la rama, el árbol cicatrizará la herida del desprendimiento para posteriormente taparla con un tapón de madera y que de esta forma no entren patógenos.

Sin embargo, cada una de las miles de hojas que nos han dado sombra durante este verano libra la batalla con la falta de luz por su cuenta en función de su posición relativa dentro de la copa, de modo que varios centenares de hojas de las zonas más sombrías del árbol ya se han rendido y reposan a los pies de los tilos. Durante los próximos días esas hojas muertas serán presa fácil de centenares de pequeños animales y microorganismos que las irán desmantelando hasta disgregarlas en sus elementos más esenciales, esas pequeñas “piezas de Lego” que nos construyen, esos átomos y moléculas que se reincorporarán al suelo y que, en el caso de las hojas de los tilos, constituyen un formidable fertilizante natural cuyo único efecto sobre el medio es llenarlo de vida.

Ha llegado, por tanto, ese duelo entre pigmentos y colores en el seno de las copas de nuestros tilos, ha llegado el combate entre los verdes y los ocres arbitrado por la tenue luz.
Ha llegado el otoño. Habrá que disfrutarlo como se merece.

¡Hasta el próximo capítulo!

 

Capitulo 1: Corazones alados

Capitulo 2: la procesión va por dentro

Capitulo 3 : el fin de la espera

Capitulo 4: Abriendo las alas 

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