Un año en la vida de los tilos de la Estación – episodio 4: Abriendo las alas
TEMPORADA 1. “UN AÑO EN LA VIDA DE…: LOS TILOS DE LA ESTACIÓN”
CAPÍTULO 4. ABRIENDO LAS ALAS
En el capítulo anterior habíamos dejado a nuestros protagonistas fabricando hojas frenéticamente para no perder el tren de la primavera que empezaba a despertar.
Han pasado varias semanas y mientras escribimos estas líneas esa primavera está llegando a su fin y ya se vislumbra entre las nubes el deseado verano. Han sido tres meses de trabajo para los Tilos de la Estación durante los cuales su única obsesión era colmar de verdes hojas sus gigantescas copas y seguir así creciendo.
El resultado de tan arduo trabajo salta a la vista durante estos días en los que los paseantes de la Vía verde de Puente Viesgo se maravillan, y fotografían, ante la gran densidad de sus copas que asemejan a gigantes cúpulas verdes que proyectan una sombra casi absoluta.
Quizás el que la sombra de los tilos sea tan espesa, casi sólida, sea el motivo por el que tantos reyes y nobles juraron sus cargos bajo estos árboles durante muchos siglos, ya que incluso llega a imponer respeto, a intimidar con su oscura gravedad.
Y es que la luz del Sol termina su viaje de 8 minutos siendo vorazmente absorbida por las miles de hojas que sólo dejan libres unos pocos fotones que, bajo la copa, pelean contra la oscuridad formando esa penumbra imponente.
Las hojas aprovechan casi toda la luz para obtener la energía necesaria que eche a andar la reacción química que hace posible la vida en la Tierra al convertir el CO2 de la atmósfera y el agua del suelo en azúcares, es decir, en comida. Sin embargo hay una parte de la luz, que se corresponde con el color verde, que apenas aporta energía y que por tanto las hojas rechazan reflejándola. Ese es el motivo por el que vemos las plantas de color verde.
El mismo verde que desborda a nuestros tilos hasta casi abrumar al paseante, dejando claro que han hecho sus deberes primaverales y están en plena forma, ha llegado por tanto el momento de florecer.
Al igual que hacemos los animales, las plantas no piensan en la reproducción, o lo que es lo mismo, en la floración, hasta llegar a la madurez y siempre que dentro de esa madurez tengan unas condiciones mínimas de salud y fortaleza. Un ciervo sólo se reproduce cuando es adulto y la berrea acontece en septiembre, cuando los machos están fuertes tras la primavera y el verano.
Hace un par de semanas, esos acúmulos de células fabricantes de hojas que conocimos en el capítulo anterior y que se llaman meristemos dejaron de fabricar hojas, se cansaron, ya habían hecho demasiadas y habían cumplido su objetivo, así que empezaron a trabajar de un modo ligeramente distinto, de repente alteraron significativamente el número y la orientación de las divisiones celulares y cambiaron de color en su pincel como lo haría un pintor, sustituyendo el verde por pigmentos color crema y amarillentos. El resultado de esta pequeña “revolución meristemática” es una hoja con aspecto de lengüeta o de ala de la que emerge una especie de paraguas desvencijado rematado por unas delicadas florecillas de 5 pétalos blanco-amarillentos que componen unas fragantes constelaciones repartidas y repetidas a lo largo y ancho de la copa, interrumpiendo con su color cremoso el verde intenso.
La hoja con aspecto de ala de la que cuelga todo el conjunto floral bautiza a nuestros tilos, que se llaman así porque ala en griego se dice ‘ptilon’. Las flores que sostiene son tan minúsculas como aromáticas y por ello deleitan a paseantes y atraen a multitud de insectos, especialmente abejas. Esta fragancia tan irresistible reside en la multitud de aceites esenciales que contienen las flores y que junto a otros compuestos hacen que su infusión nos calme y nos ayude a vencer el insomnio, estamos hablando, lógicamente, de la tila.
Y es que quizás haya pocas cosas más relajantes que escuchar los sonidos del verano a la sombra de un tilo, envuelto en su fragancia mientras se saborea una infusión de tila. Durante ese rato los problemas y las preocupaciones quedarán aparcados, fuera, contenidos en el exterior por la espesa e impenetrable sombra protectora. ¿Acaso no es esa la esencia del verano?
¡Hasta el próximo capítulo!