Sobre pasiegos y sobre incendios
“En mi Imperio nunca se pone el sol” afirmó Felipe II en una tarde de inspiración. Razón no le faltaba, puesto que sus dominios abarcaban desde las Islas Marianas, al este de Japón hasta las costas occidentales del continente americano.Para conseguir y conservar tan vasto imperio era imprescindible tener una poderosa armada que permitiera, primero, invadir esos remotos lugares y, segundo, proteger el transporte de las riquezas que manaban sin fin del corazón de aquellas tierras.Parte importante de esta armada (casi) invencible se gestó en los Valles Pasiegos, cuyos extensos e impenetrables bosques fueron fundamentales para construir esos imponentes navíos de madera armados hasta los dientes.
En 1622 se instalan en Liérganes y La Cavada las Reales Fábricas de Artillería, cuyos hornos de fundición se alimentaban con carbón vegetal procedente principalmente de la madera de las hayas dominantes en los valles del Pas y el Pisueña, pero sobre todo de las abundantes encinas del valle calizo del Miera. Para que os hagáis una idea, para fundir un kilo de hierro hacían falta 5 kilos de carbón vegetal, que a su vez, procedían de la combustión controlada de 25 kilos de leña. En estas fábricas se produjeron 26 mil cañones.
En 1717 le llegó el turno a los robles al instalarse el Real Astillero de Guarnizo, en el que se construyeron 29 navíos de madera de “gran carballo”, que no era otra cosa que robles de más de 100 años que hasta el momento se habían librado de la “quema”, nunca mejor dicho, de las fábricas de artillería.
Con el comienzo del declive del imperio español y, sobre todo, con la aparición del carbón de coque, estas fábricas cesaron su actividad tras haber talado unos 10 millones de árboles dejando más de 140 mil hectáreas deforestadas. El paisaje boscoso de los Valles Pasiegos cambió drásticamente dando paso a un nuevo escenario en el que dominaban las infinitas extensiones de prados que los pasiegos no vieron con malos ojos al posibilitar la puesta en marcha de un nuevo modelo económico basado en una ganadería vacuna extensiva de montaña y con vocación claramente mercantil, que contrastaba con la modesta ganadería de subsistencia familiar que se había practicado hasta entonces.
Los enormes claros que en su día se abrieron en los montes generaron aún mayores expectativas en cada habitante de los tres valles pasiegos. Comenzaba un tiempo nuevo.
Desde entonces los pasiegos han hecho un uso continuado del fuego para conservar este legado en forma de pastos, teniéndolos a raya al no dejar que prolifere el matorral y mucho menos que aparezca sobre ellos ni un sólo árbol, de modo que cuando el matorral mixto compuesto principalmente por brezos y tojos coge un porte importante y empieza a cobijar plantones de roble o haya, incendian la zona volviendo a la primera casilla del juego de la sucesión ecológica, una casilla en la que en un aparente escenario desolador algunas especies hacen su agosto particular.
Estamos hablando del tojo o escajo y el helecho común, dos especies perfectamente adaptadas a los incendios. El escajo es una especie pirófila y pirógena, es decir, amiga y generadora del fuego. En primer lugar es amiga del fuego porque éste no le causa grandes daños, al ser de raíz profunda y, por lo tanto, ajena a la devastación superficial de las llamas, pero además el fuego desencadena la germinación de su banco de semillas y favorece el rebrote de raíz de nuevos pies. Le viene tan bien el fuego al escajo, que pone su granito de arena para que los incendios se repitan asiduamente, ¿cómo? pues siendo una especie tan necesitada de luz que al quedar las ramas inferiores a la sombra se mueren rápidamente, convirtiéndose en necromasa que arde de lo lindo.
Por su parte, el helecho común sobrevive perfectamente a los incendios al tener un rizoma o tallo subterráneo muy profundo que se encarga de que la parte superficial de la planta rebrote cuando pase lo peor.
Aunque parezca increíble, un suelo asolado por las llamas es un suelo muy fértil durante unos pocos días al encontrarse cubierto por un manto de cenizas, o lo que es lo mismo, por un generoso buffet libre de nutrientes inorgánicos exclusivo para los supervivientes. Escajos y helechos, sin competencia alguna y abundante alimento, crecen rapidísimamente tomando una posición de ventaja respecto al resto de las especies que se instalarán en los próximos meses, entre las que están las ansiadas especies pratenses que alimentarán a las vacas lecheras.
Esta ventaja es clave para romper el equilibrio que había inicialmente entre el escajo y el brezo, al haber beneficiado tanto las llamas al primero y arrasado al segundo, que se regenera exclusivamente por semillas.
Este desequilibrio favorecido por los reiterados episodios de fuego nos lleva irremisiblemente a una situación de clara dominancia del escajo, o lo que es lo mismo, a un descenso drástico de la biodiversidad, algo que no beneficia a nadie y mucho menos a los pasiegos, tan pegados al medio natural. Además, tras cada incendio el suelo queda desnudo y totalmente a merced del poder erosionador de la lluvia que va arrastrando sus materiales adelgazándolo e incluso provocando argallos ocasionales que acaban por dejar la roca madre a la vista, generando, a la larga, un suelo rocoso que está muy lejos del objetivo que se persigue con el fuego, ya que hasta el momento las vacas no gustan de piedras al elegir menú.
Por lo tanto estamos ante una estrategia de gestión de pastizales que ha dado muy buenos resultados durante siglos pero que ha llegado a un momento en el que deja de ser una solución y comienza a ser un problema al disminuir la biodiversidad y empobrecer el suelo en lo que ha sido pan para un “hoy” muy dilatado y ha estado muy cerca de ser hambre para un “mañana” que nunca llegó, al quebrarse el modo de vida pasiego cuando España se integró en la CEE en 1986 y se implantaron las cuotas de producción lechera que cercenaron de raíz la rentabilidad de la ganadería de leche.
Los pasiegos del siglo XXI van, por tanto, al modernizar su modelo económico, abandonando los pastos de cabecera, las vacas, las seculares cabañas y las mechas, y la naturaleza se va quitando de encima esa ardiente presión que no le dejaba madurar. El bosque está empezando a recuperar el terreno que hace siglos un imperio le arrebató. Y claro que volverá a haber incendios, cómo no, pero los árboles con sus raíces ya hundidas en el terreno aguantarán estoicos el embite gracias a su capacidad de rebrote de raíz y a su corteza, que les sirve de aislante térmico.
Y es que los pasiegos no son pirómanos, ni mucho menos, quemaron tradicionalmente el monte bajo por la misma razón que todos quemamos carbón y petróleo, para vivir y sobrevivir.
Sin embargo ellos se están quitando ¿Y nosotros?