El encinar cantábrico
Hacemos un viaje a través del tiempo, al pasado, hasta el Cuaternario, cuando cambian las condiciones climáticas del planeta: las temperaturas se hicieron más frías y aumentó la humedad. Hasta ese momento los bosques adaptados al calor cubrían la región. Fue el caso del encinar, que por su aptitud esclerófila busca climas cálidos y secos. Pero el cambio en las condiciones hizo que su distribución se viese modificada, retrocediendo hacia el sur. Sólo quedan unos cuantos recuerdos de esas extensas masas prehistóricas dentro de los límites del Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel: el monte Buciero, el Mijedo, el Cincho y Montehano.
Pero, ¿por qué eligieron estos enclaves para permanecer a lo largo del tiempo? La respuesta la encontramos mirando hacia abajo, al suelo: los afloramientos calizos y la fuerte karstificación hacen que, por mucho que llueva, el agua escapa rápidamente hacia las profundidades de la tierra, impidiendo que los suelos se encharquen y que las raíces de los árboles tengan un contacto prolongado con la humedad.
El paso del tiempo hizo que los encinares afectados por el clima oceánico se adaptasen a las nuevas condiciones climáticas, diferenciándose de las poblaciones más meridionales afectadas por la continentalidad, y fueron clasificadas como una subespecie: Quercus ilex subsp. ilex. Actualmente encontramos estas florestas como formaciones de una enorme diversidad biológica, en las que la encina se ve acompañada de otras especies leñosas como el laurel (Laurus nobilis), el madroño (Arbutus unedo), el acebo (Ilex aquifolium), el labiérnago (Phillyrea latifolia) o el aladierno (Rhamnus alaternus) entre otras.
Son bosques, por lo general, espesos y oscuros, de no mucha altura y con abundante densidad de árboles. Habitualmente aparecen plagados de trepadoras como la zarzaparrilla (Smilax aspera) o la hiedra (Hedera hélix), lo que hace bastante complicado el tránsito fuera de las sendas o caminos. En el sotobosque suele ser abundante el rusco (Ruscus aculeatus) y el endrino (Prunus spinosa) y varias especies de helechos. El desarrollo del componente herbáceo es escaso bajo tan espesos estratos leñosos.
La fauna asociada a los encinares cantábricos es muy abundante y variada. Pequeñas aves como el petirrojo (Erithacus rubecula), el jilguero (Carduelis carduelis), la curruca capirotada (Sylvia atricapilla) y cazadores de mayor tamaño como el cernícalo común (Falco trinnunculus), la lechuza (Tyto alba) y el milano negro (Milvus migrans) habitan el bosque. Entre los mamíferos encontramos el erizo (Erinaceus europaeus), la garduña (Martes foina), la jineta (Genetta genetta), el zorro (Vulpes vulpes), el tejón (Meles meles) y el jabalí (Sus scrofa).
El encinar ha sido tradicionalmente un bosque intensamente explotado por el hombre. La extracción principal ha sido la madera, generalmente de la propia encina pero también de otras especies acompañantes como el laurel o el madroño. Esta madera, o más bien leña, era usada sobre todo como combustible doméstico (cocina y calefacción), aunque en dilatados periodos de la historia, fue utilizada para hacer el carbón vegetal.
En épocas, ciertas laderas del monte Buciero han cambiado de uso, roturándose la cubierta forestal de encinas para el aprovechamiento de esas superficies: en el siglo XV fue frecuente la ejecución de terrazas para plantaciones de cítricos y desde el siglo XI al XIX hay citas de producción de chacolí. En la actualidad es la ganadería, principalmente caprina, la que aprovecha el sotobosque de estas masas de encinar cantábrico.
Esperamos que esta entrada haya servido para despertar vuestra curiosidad. Estáis todos invitados a descubrir este histórico bosque en el Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel.
Equipo de guías del Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel.