La ruta transcurre integramente por la Zona de Especial Conservación (ZEC) Montaña Oriental integrada dentro de la Red Natura 2000.
Siguiendo el cauce, aguas arriba, del Rucabao primero y del Rión después, llegaremos al corazón mismo de la cabecera del Pas, donde los caminos desaparecen y la vegetación se adueña de las pendientes imposibles. Justo en ese lugar, las hayas (Fagus sylvatica) adoptan apariencia de candil, tras siglos de trasmoche para el carboneo de su madera. Por ello, en el lugar en el que emprenderemos el regreso, muy cerca de las hayas, se conserva, casi intacta, una carbonera que da sentido a todo el camino que nos ha traído hasta aquí.
Un camino que transita por lo más profundo del bosque de ribera y acompaña el discurrir de estos arroyos, que acabarán por tributar sus aguas al hermano mayor: el Pas. Bajo la sombra, casi absoluta, de avellanos (Corylus avellana), sauces cenizos (Salix atrocinerea), fresnos (Fraxinus excelsior) y robles (Quercus robur), paso a paso, iremos avanzando
sumergidos en el frescor de la ribera y mecidos por el rumor de las aguas claras, encontrándonos súbitamente los puentes que dan nombre a esta hermosa ruta, primero el puente de la Coz, que no cruzaremos pero admiraremos, y luego el del Hijuelo, ya sobre el Rión, que sí cruzaremos.
Bajo el influjo del Rión, la pendiente de la senda se hace más patente y las hayas van progresivamente ganando en presencia, favorecidas por el descenso de la temperatura al ganar altitud. En este momento tendremos que extremar la precaución para cruzar los múltiples vadeos sobre el Rión, que haremos pisando con firmeza de piedra en piedra, hasta que las hayas trasmochadas nos indiquen el final del camino de ida.
El regreso comenzará repitiendo los vadeos sobre el Rión, hasta que una senda empinada nos eleve sobre los ríos adentrándose en un joven robledal que desemboca entre cabañas pasiegas y prados de diente por donde campan a sus anchas, lejos de nuestra mirada, tejones (Meles meles) y liebres (Lepus europaeus).